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>> ANTONIO NEGRI: Si hay un episodio trágico que he vivido en mi vida es el
secuestro y muerte -asesinato- de Aldo Moro. Desde un punto de vista biográfico, yo fui
acusado de haber sido el autor de ello, de haber participado en el secuestro.
Me acuerdo todavía cuando me hicieron el reconocimiento a la americana en
prisión, ellos me reconocían como uno de los que estaba en el grupo. Después
cuando me hicieron el análisis de la voz de la gente que llamaba a la familia Moro
y tal, mi voz fue reconocida como al 95% como la voz que había llamado diciendo
'ahora vamos a matar al sr. Moro' y el resto. Así que tengo esta herida profunda
pero no es sólo eso, hay un juicio sobre la evolución de la lucha de la izquierda
italiana de los años 70. Cuando digo izquierda hablo de la izquierda
multitudinaria, es decir, estudiantes, obreros... Es una historia que con el caso
Moro llegó a un punto absoluto de no retorno. Fue el momento en el que el
enfrentamiento de puntos de vista diferentes entre las Brigadas Rojas y el
movimiento autonomista, por llamarlo de alguna manera, llegó a su punto más
duro. En este enfrentamiento había líneas estratégicas
en juego. La gente de las Brigadas Rojas consideraba que la lucha armada
podía llegar a determinar un momento revolucionario y por tanto una toma
de poder. Para mi, y para la gran mayoría de la gente del movimiento autonomista,
en ese momento, a finales de los 70, el problema era más bien el de confirmar
la fuerza del movimiento en las fábricas, en las universidades, y por tanto
el de continuar un largo camino y no precipitarse. Todo esto con una clase política
ante nosotros que estaba ya en una crisis profunda, era un momento en el que
había quizás la posibilidad, si teníamos la capacidad de mantener el movimiento
con ese grado de tensión, de continuar la lucha, de construir contra-poderes,
de mantener una presión continua sobre el gobierno y las fuerzas políticas,
sobre los patrones. Por otra parte, esta línea de precipitación
del enfrentamiento, que podía volverse extremadamente peligrosa por que el secuestro
de Moro había determinado una reunificación de fuerzas comunistas (comunistas
quiero decir PCI) y de la Democracia Cristiana, determinó en realidad
un comportamiento de compromiso histórico, es decir, una absorción
de la izquierda parlamentaria hacia el centro, ese extremismo de centro,
que se volvió extremadamente duro desde el punto de vista represivo. Se negaron
a establecer un marco de diálogo con las Brigadas Rojas. Nosotros, yo mismo
personalmente, me comprometí de una manera muy importante para intentar lograr
una apertura de discusión sobre la vida de Moro. No lo conseguimos y
tras su muerte empezó la gran represión que estaba justificada y legitimada
por el asesinato de Moro.
[pausa]
Moro era un político, un hombre político inteligente que comprendía la relación
de fuerzas, y sabía que su trabajo era el de reconstruir siempre la legitimidad del
poder. Y el hecho de que esta relación, esta mediación, fuera interrumpida de
una manera en el fondo realmente inesperada por sus amigos, por su partido, era
algo que él consideraba irracional, reaccionario. Había que intentar hacer
entender como Moro por un lado tenía cierto desprecio, un desprecio de un
hombre que había vivido verdaderamente la política, por las Brigadas Rojas, por
la gente de la Brigadeas Rojas que estaban a su lado en la prisión, pero por el
otro lado, entendía que esa gente era gente que, a pesar de todo, representaba
algo y por lo tanto quería establecer una mediación. Y era también su ilusión, el
hecho de que la alianza con el Partido Comunista podía determinar una apertura
reformista que daba la posibilidad de un verdadero centrismo, un centrismo
dinámico, un centrismo que no era sólo la mistificación de la derecha. Había la
posibilidad de instalarse en el centro, de jugar una política seguramente
occidental, seguramente liberal pero con fuertes aperturas reformistas hacia la
clase obrera y en general hacia población más pobre. Así, esta tragedia, que fue
una tragedia personal pero también una tragedia política para el país, se
desarrolló alrededor de este intento de Moro de construir un centro político, un
verdadero centro político, que no fuera... una mediación maquiavélica, es en
torno a esto donde se desarrolla la tragedia de Moro.
[pausa]
El hombre que se ríe, es el hombre que se ríe de la estupidez de la derecha y de la
izquierda y dice, bueno, la soberanía verdadera, la que está legitimada por el
pueblo, es algo que debe estar en un relación correcta entre las formas de
autoridad, las reglas, por un lado, y las formas de producción de trabajo, las
fuerzas que viven en el mundo.
Lo único de lo que nos podemos reír es de la idiotez del poder, cuando te toca o
bien que te maten, como a Moro, o bien arriesgarte, correr el riesgo de que te
maten. Cada vez que he leído el código penal italiano me he reído como un loco
porque yo fui acusado de insurrección armada contra el Estado y decía que eso
era cadena perpetua, pero después había un pequeño asterisco y abajo decía que
hasta que la pena de muerte fue abolida en el año 48 en Italia, este delito
comportaba la pena de muerte. Así que tu lo lees y te ríes y dices 'qué suerte que
yo estaba en el 79' mejor que el 49, si no me hubiesen matado seguro y luego
hubieran dicho que era inocente.
[pausa]
Es la concepción del poder democrático y no la representación del poder
monárquico o aristócrata que hay en la gran línea del teatro moderno e incluso
post-moderno. Estamos más allá del moderno, pero estamos también más allá de
la democracia como la gestión del uno, estamos en una democracia que es la
gestión de la pluralidad. Es esta reconquista de la definición maquiavélica del
poder, que es siempre doble, pero es también a la definición foucaultiana del
poder: el poder es siempre la acción que tu haces sobre la acción de otro, así, son
dos acciones que se encuentran en contacto, puedes ejercer un poder sobre la
acción de otro pero hay siempre resistencia, así que para hablar del poder hay
que hablar de la acción y de la resistencia. Desde este punto de vista creo que es
completamente contemporáneo. No existía todavía la idea de los indignados pero
había la idea de que la historia no ha terminado, que el neoliberalismo no ha
ganado, que los movimientos iban a repetirse y a multiplicarse cada vez más, y
que esta nueva situación, la modificación del trabajo, la transformación de la
sociedad y de formas de vida, podía dejar una esperanza mayor para la gente que
hoy se implica con la transformación de la sociedad.